Hoy les comparto un escrito distinto a los que normalmente hago, les comparto una historia de fe y felicidad, una historia real y personal. 

Era un día normal en la oficina, el reloj marcaba poco más de la una de la tarde cuando sonó el teléfono; era mi esposa…contesté mas ella casi no podía hablar; lloraba como nunca la había escuchado llorar. ¿Que sucede amor, que pasa?

Con mucha dificultad responde, ¡nos llamaron amor, nos llamaron…! Pero… ¿Quien llamó? ¿Está todo bien?… De repente un silencio que se volvió angustiante de mi lado…interrumpí el silencio preguntando: amor, dígame que pasa??? Ella respondió de nuevo, nos llamaron del PANI… ya somos papás, mañana podemos conocer a nuestro hijo!!! 

No lo podía creer, ¿era esto cierto?…de verdad amor?, ¿Que te dijeron? 

Yo aún no podía creerlo pero mientras hablaba estaba recogiendo las cosas de mi escritorio y le dije ya casi llego, voy para la casa!

Así lo hice y al llegar estaba ella esperándome en la puerta, me recibió con un gran abrazo mientras las lágrimas brotaban de nuestros ojos, no hubo palabras…no se necesitaban, solamente había una explosión de amor y alegría que ya era imposible contener; nos esperaba una noche en vela porque sería imposible dormir aquella noche.

¿Como sería el momento? ¿Como será él?, tantas preguntas…cuanta anciedad!!!

Por fin llegó el momento, fuimos al PANI, primero lo conocimos por medio de una fotografía seguido luego de algunas palabras y la gran pregunta… ¿Lo aceptan?… Pero que pregunta…cómo decir que no??? Nuestros años de plegarias y lágrimas, rogando a Dios fortaleza para mantenernos firmes en la fe de que algún día llegaría nuestro momento… 

Su habitación tenía meses de estar lista, preparada con todo el amor y la ilusión de aquellos padres primerizos que ven llegar la cercanía de sus nueve meses, solo que en nuestro caso fue una espera mucho mas larga. 

En este mágico momento la espera que se tuvo se convierte en nada, no importaba el tiempo, no se persive…solo una cosa importa, estamos a minutos de ver y abrazar a nuestro hijo por primera vez. No hay sentimiento mas indescriptible que ese, no hay palabras, sientes una presión en el pecho y no puedes ni hablar…esa sensación te llena todo el cuerpo, te inunda y puede contagiar a todo el que esté a tu lado. AMOR…es la única palabra que conocemos y que podemos emplear aquí pero debo decir que se queda no alcanza para describir la fuerza de esta sensación. 

Y llegó el momento, ese momento soñado y esperado por años…ese momento que en ocasiones hasta pensaste que nunca llegaría. ¿Es esto real?, ¿De verdad vamos a verlo? Llegó la hora de nuestro encuentro. Todo estaba listo, llegó la hora que Dios había dispuesto para cambiar nuestras vidas y unir nuestros destinos… Nacimos, crecimos, nos conocimos y un día nos casamos; todo esto para que llegara este día en el que recibiríamos nuestra mayor tarea, el plan estaba escrito y se había venido ejecutando; cada lágrima era parte de ese plan, cada sufrimiento, cada esperanza. 

No puedo decir que con esto llegaba el final; todo eso era solo el preámbulo, la historia apenas se comenzaba a escribir; por fin llegó la hora de unir nuestras vidas, nuestros destinos; ahí estábamos, sentados en la sala del “hogarsito” (así le llaman al lugar donde cuidan a estos ángeles). Ya lo van a traer dijo doña Olga, la trabajadora social que nos acompañó en este bello proceso de renovación y preparación para ese momento. El corazón latía mas rápido, las manos me sudaban, tan solo segundos para nuestro encuentro. 

Aquí está Emmanuel (claro que tenía que llamarse así…¿saben lo que significa ese nombre? Significa “Dios con Nosotros”) ahí estaba él, un gordito, cachetón, precioso y con su cabello estilo “Mohawk”…nunca se me va a olvidar esa imagen, ese momento, no solo por ver por primera vez a nuestro hijo sino también por ver la cara de alegría y felicidad de mi esposa. El momento perfecto, un regalo de Dios. 

Ocho años han pasado desde ese mágico día, ocho años de haber recibido nuestro mayor regalo, nuestra mayor responsabilidad…ya la vida nunca sería igual, ya todo sería distinto.

Desde entonces cada 18 de agosto celebramos juntos nuestro “día de la familia” y hoy dándole infinitas gracias a Dios juntos celebramos nuestro octavo aniversario de ser la familia mas feliz del mundo.  

Es increíble ver lo rápido que pasan los años pero que maravilla ver pasar cada minuto de esta vida junto a mis dos amores…mi hijo y mi esposa, que orgullo siento de seguir escribiendo con ellos las páginas de este libro llamado vida.  

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